Cecilia Fuentes Macedo
Carta de Cecilia Fuentes Macedo, hija primogénita del escritor Carlos Fuentes en el día del padre:
Milenio, 17 Junio 2012. En esta oportunidad para la evocación paterna, Cecilia Fuentes Macedo ha escrito una carta que comparte con MILENIO a quien siente y recuerda “todo el tiempo”, a pesar de no haber encontrado “un lugarcito” en su vida.
Milenio, 17 Junio 2012. En esta oportunidad para la evocación paterna, Cecilia Fuentes Macedo ha escrito una carta que comparte con MILENIO a quien siente y recuerda “todo el tiempo”, a pesar de no haber encontrado “un lugarcito” en su vida.
Querido Apá:
¿Habrás sabido alguna vez cuánto te quise y cuánto te extrañé siempre? Hace muchos años iniciaste una nueva vida con una nueva familia y por alguna razón, decidiste tratar de borrar de tu historia a mi mamá y a mí. Algo imposible porque existimos, porque tuvimos un pasado, porque compartimos momentos reales y porque sé que, a pesar de tu aparente rechazo al cariño y al calor humano, alguna vez me quisiste y me cuidaste. Ahora que leo las cartas que le escribiste a mi mamá durante los quince años que estuvieron juntos, lo compruebo. Siempre había un dibujito para mí, o palabras tiernas o de preocupación. Yo sé que jamás logré ser la hija que hubieras soñado, pero lo intenté. No. No soy ni alta ni guapa ni sofisticada ni delgada ni culta ni interesada en la política, pero hice mi mejor esfuerzo estudiando y trabajando, siempre tratando de que me abrieras un lugarcito en tu vida. Nunca lo logré.
Jamás pienses que no admiré y respeté tu brillantez, tu imaginación y tus logros. Fuiste un gran maestro y un gran amigo de muchos. Pero nunca te interesó aprender lo que significaba ser padre. Tú te lo perdiste y ahora sólo puedo imaginar la tristeza que te ha de haber causado el que yo, tu hija menos consentida, fuera la única que aún ronda por esta tierra.
Ya no estás con nosotros, pero te siento y te recuerdo todo el tiempo. Extrañaré las comidas domingueras en tu casa, el cómo contabas, actuabas, cantabas y bailabas la última película que habías visto la noche anterior, ya fuera de Tongolele o de Libertad Lamarque. Extrañaré tus escasas pero muy apreciadas llamadas telefónicas sin intermediarios, abrazar tu barriguita. Extrañaré tus dedos chuecos, el descifrar tu espantosa letra en esas gigantescas hojas de blockamarillo dónde escribías tus libros que luego yo pasaba en limpio, el enviar tus manuscritos a las editoriales, verte bajar las escaleras, pararte de la mesa para ir a tomar la siesta o comerte un mango y cucharadas de cajeta.
Pero lo que más me duele es que nunca te hayas dado la oportunidad de conocerme un poco más… con mi simpleza, con mis bobadas, con esas cosas que somos los mortales normales. Me hubiera encantado que alguna vez visitaras mi departamento, mostrarte mis dibujitos, mis fotos y videos de viajes, que hubieras visto por lo menos un capítulo de mis telenovelas o de perdis soplarte los créditos y ver pasar mi nombre. Pero sobre todo, me hubiera encantado poder cortarte tus uñotas de Drácula y tocar a la puerta de tu casa sin previa cita, y pasar a darte un beso… sólo porque sí. Existe un reality show que se llama The Amazing Race donde equipos de 2 recorren el mundo compitiendo por llegar a la meta tras realizar tareas de lo más extravagantes. Cada vez que veía éste programa, me imaginaba que uno de esos equipos éramos tú y yo, compartiendo espacios y hazañas que podrían unirnos y permitirían descifrarnos. Pero no fue así. Me queda el consuelo de que tu último domingo lo pasaste conmigo. Que nos reímos y la pasamos bien. Que te emocionaste viendo en Youtube las protestas contra “el copetes” en la Ibero. Y ahora que tengo una gigantesca fotografía tuya del tamaño de mi comedor, te miro todo el tiempo y te platico lo que nunca pudimos platicar, y te muestro mis libros, mis dibujos, mi intimidad. Ojalá te hubieras dejado querer. Vieras que no es tan feo.
Hace unas noches me visitaste… o te soñé. Para mí es lo mismo. Te sentaste a mi lado mientras yo dormía, me despertaste y con una gran sonrisa y un sweater naranja que no puedo borrar de mi mente, me sonreíste feliz y me besaste mucho, mucho. Te vi tan contento que todas mis angustias desaparecieron. Y sé que donde te encuentres (aunque te hayas perdido las elecciones) estás feliz. No sabía que te gustaba la música disco. Lo digo porque te llevaste de corbata a un Bee Gee y a Donna Summer, y supongo que ahora, junto con Bradbury, escribirán algo fantástico. Si ves pasar a mamá, se bueno con ella. Siempre te adoró. A Carlitos y a Natasha, abrázalos bien fuerte. Y aprovecha la capacidad fiestera de la tía Lorenza que también anda por ahí y descubre un poco más a la abuela, quien era más rebelde y liberal y aventurera de lo que jamás te imaginaste. Cuídate, adiós o hasta pronto. Y por una vez, sin que puedas llamarme cursi, te deseo un feliz día del padre en la dimensión que te encuentres. Te quiero siempre con todo mi corazón. C.
¿Habrás sabido alguna vez cuánto te quise y cuánto te extrañé siempre? Hace muchos años iniciaste una nueva vida con una nueva familia y por alguna razón, decidiste tratar de borrar de tu historia a mi mamá y a mí. Algo imposible porque existimos, porque tuvimos un pasado, porque compartimos momentos reales y porque sé que, a pesar de tu aparente rechazo al cariño y al calor humano, alguna vez me quisiste y me cuidaste. Ahora que leo las cartas que le escribiste a mi mamá durante los quince años que estuvieron juntos, lo compruebo. Siempre había un dibujito para mí, o palabras tiernas o de preocupación. Yo sé que jamás logré ser la hija que hubieras soñado, pero lo intenté. No. No soy ni alta ni guapa ni sofisticada ni delgada ni culta ni interesada en la política, pero hice mi mejor esfuerzo estudiando y trabajando, siempre tratando de que me abrieras un lugarcito en tu vida. Nunca lo logré.
Jamás pienses que no admiré y respeté tu brillantez, tu imaginación y tus logros. Fuiste un gran maestro y un gran amigo de muchos. Pero nunca te interesó aprender lo que significaba ser padre. Tú te lo perdiste y ahora sólo puedo imaginar la tristeza que te ha de haber causado el que yo, tu hija menos consentida, fuera la única que aún ronda por esta tierra.
Ya no estás con nosotros, pero te siento y te recuerdo todo el tiempo. Extrañaré las comidas domingueras en tu casa, el cómo contabas, actuabas, cantabas y bailabas la última película que habías visto la noche anterior, ya fuera de Tongolele o de Libertad Lamarque. Extrañaré tus escasas pero muy apreciadas llamadas telefónicas sin intermediarios, abrazar tu barriguita. Extrañaré tus dedos chuecos, el descifrar tu espantosa letra en esas gigantescas hojas de blockamarillo dónde escribías tus libros que luego yo pasaba en limpio, el enviar tus manuscritos a las editoriales, verte bajar las escaleras, pararte de la mesa para ir a tomar la siesta o comerte un mango y cucharadas de cajeta.
Pero lo que más me duele es que nunca te hayas dado la oportunidad de conocerme un poco más… con mi simpleza, con mis bobadas, con esas cosas que somos los mortales normales. Me hubiera encantado que alguna vez visitaras mi departamento, mostrarte mis dibujitos, mis fotos y videos de viajes, que hubieras visto por lo menos un capítulo de mis telenovelas o de perdis soplarte los créditos y ver pasar mi nombre. Pero sobre todo, me hubiera encantado poder cortarte tus uñotas de Drácula y tocar a la puerta de tu casa sin previa cita, y pasar a darte un beso… sólo porque sí. Existe un reality show que se llama The Amazing Race donde equipos de 2 recorren el mundo compitiendo por llegar a la meta tras realizar tareas de lo más extravagantes. Cada vez que veía éste programa, me imaginaba que uno de esos equipos éramos tú y yo, compartiendo espacios y hazañas que podrían unirnos y permitirían descifrarnos. Pero no fue así. Me queda el consuelo de que tu último domingo lo pasaste conmigo. Que nos reímos y la pasamos bien. Que te emocionaste viendo en Youtube las protestas contra “el copetes” en la Ibero. Y ahora que tengo una gigantesca fotografía tuya del tamaño de mi comedor, te miro todo el tiempo y te platico lo que nunca pudimos platicar, y te muestro mis libros, mis dibujos, mi intimidad. Ojalá te hubieras dejado querer. Vieras que no es tan feo.
Hace unas noches me visitaste… o te soñé. Para mí es lo mismo. Te sentaste a mi lado mientras yo dormía, me despertaste y con una gran sonrisa y un sweater naranja que no puedo borrar de mi mente, me sonreíste feliz y me besaste mucho, mucho. Te vi tan contento que todas mis angustias desaparecieron. Y sé que donde te encuentres (aunque te hayas perdido las elecciones) estás feliz. No sabía que te gustaba la música disco. Lo digo porque te llevaste de corbata a un Bee Gee y a Donna Summer, y supongo que ahora, junto con Bradbury, escribirán algo fantástico. Si ves pasar a mamá, se bueno con ella. Siempre te adoró. A Carlitos y a Natasha, abrázalos bien fuerte. Y aprovecha la capacidad fiestera de la tía Lorenza que también anda por ahí y descubre un poco más a la abuela, quien era más rebelde y liberal y aventurera de lo que jamás te imaginaste. Cuídate, adiós o hasta pronto. Y por una vez, sin que puedas llamarme cursi, te deseo un feliz día del padre en la dimensión que te encuentres. Te quiero siempre con todo mi corazón. C.
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