Fanatismo
El fanatismo religioso ha sido instrumento para justificar conflictos bélicos, despojos, genocidios, asesinatos, terrorismo. El fanático es en ocasiones ignorante e ingenuo; su razonamiento apenas alcanza para justificar y defender creencias juzgando a los demás como herejes. Su actitud inflexible, sin sentido común, rechaza a quienes tengan creencias distintas.
La convicción de que mi religión es la única verdadera y las demás están equivocadas es error que propicia el fanatismo y la intolerancia, y castiga a quienes no comparten creencias. El fanatismo religioso refleja incapacidad para admitir la diversidad en el mundo y para aprender de los otros.
El fanático lo mira todo blanco y negro; interpreta la realidad como disputa permanente entre buenos y malos. El fanático se considera bondadoso y cree que los que tienen creencias distintas son el mal encarnado. El fanático es incapaz de reconocer mérito en otros.
El fanatismo es más antiguo que el islam, y que el cristianismo y el judaísmo, y que todas las ideologías del mundo: el fanatismo es elemento intrínseco a la naturaleza humana; es el ansia por obtener respuestas que señalen a los culpables de los sufrimientos y por asegurar que los sufrimientos desaparecerán aniquilando o convirtiendo a los que tengan creencias distintas.
El fanatismo es desprecio al prójimo, reflejo del egocentrismo que nace en las profundidades de la desdicha humana. En el mundo el fanatismo continúa creciendo en distintas direcciones.
Carece de sentido considerar un Dios para cada religión monoteista. Hay un solo Dios para toda la humanidad y para todas las religiones monoteistas.
Jorge Alejandro DelaVega L.
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